Violencia emocional
La violencia emocional, también conocida como abuso mental o psicológico, puede darse en una multitud de formas, como por ejemplo: atemorizar, aterrorizar, amenazar, explotar, rechazar, aislar, ignorar, insultar, humillar o ridiculizar a un niño. Puede tratarse asimismo de no prestarle apoyo emocional, desatender sus necesidades educacionales o médicas, exponerle a violencia doméstica y acoso psicológico o someterle a novatadas. Tampoco podemos olvidar las prácticas extremas de violencia emocional, como el aislamiento y otras formas degradantes de reclusión. Si bien la angustia o el daño emocional son, a menudo, consecuencia de haber sufrido violencia física o sexual, los niños también son blanco de actos de agresión psicológica o verbal.
La violencia emocional contra los niños es habitualmente perpetrada por personas con las que éstos tienen una relación o vínculo personal estrecho. En efecto, varias investigaciones han identificado a los padres y tutores como los infractores más comunes. De acuerdo con el cuarto estudio nacional de Estados Unidos sobre la incidencia del maltrato y descuido al niño (Fourth National Incidence Study of Child Abuse and Neglect), el 73% de todos los casos de abuso emocional a niños en el periodo 2005-2006 apuntaban a uno de los padres biológicos como perpetradores.
A pesar de que en algunos países como Canadá, Portugal, Suecia, Reino Unido, Zimbabue o Botsuana se ha comenzado a explorar la violencia emocional de profesores, compañeros o parejas, todavía escasean los estudios sobre los actos de violencia emocional perpetrada por actores que no sean los padres. Así, la violencia emocional sigue siendo una realidad escondida, con muy pocas estadísticas relevantes, algo que puede atribuirse a la dificultad de conceptualizar todas las posibles manifestaciones de violencia emocional y de cuantificar sus innumerables ramificaciones.